Hoy en día es muy habitual encontrar casos de ancianos que viven solos con el llamado “síndrome de Diógenes”, que es un trastorno del comportamiento, que se caracteriza por el total abandono personal, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación en él de grandes cantidades de basura. Pero pocos conocen que este trastorno se llama así en alusión a un filósofo griego que vivió en el siglo V a.c.
Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Al contrario que los otros ciudadanos de Atenas, vivió evitando los placeres terrenales. Con esta actitud pretendía poner en evidencia lo que él percibía como locura, fingimiento, vanidad, ascenso social, autoengaño y artificiosidad de la conducta humana. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos).
Anécdotas
Profesaba un desprecio tan grande por la humanidad, que en una ocasión apareció en pleno día por las calles de Atenas, con una lámpara en la mano diciendo: “Busco un hombre”. Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino diciendo que solo tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra.
En una ocasión, cierto hombre adinerado le convidó a un banquete en su lujosa mansión, haciendo especial hincapié en el hecho de que allí estaba prohibido escupir. Diógenes hizo unas cuantas gárgaras para aclararse la garganta y le escupió directamente a la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio donde desahogarse.
Cuando Platón le dio la definición de Sócrates del hombre como “bípedo implume”, por lo cual había sido bastante elogiado, Diógenes desplumó un pollo y lo soltó en la Academia de Platón diciendo “¡Te he traído un hombre!”. Después de este incidente, se añadió a la definición de Platón: “con uñas planas”.
Diógenes en un viaje a Egina, fue capturado por los piratas y vendido como esclavo. Cuando fue puesto a la venta como esclavo, le preguntaron qué era lo que sabía hacer, respondió: “Mandar. Comprueba si alguien quiere comprar un amo”. Fue comprado por un tal Xeniades de Corinto, quien le devolvió la libertad y le convirtió en tutor de sus dos hijos. Pasó el resto de su vida en Corinto, donde se dedicó enteramente a predicar las doctrinas de la virtud del autocontrol.
Se dice que una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos, Alejandro Magno interesado en conocer al famoso filósofo, se le acercó y le preguntó si podía hacer algo por él. Diógenes le respondió: “Sí, tan sólo que te apartes porque me tapas el sol.” Los cortesanos y acompañantes se burlaron del filósofo, diciéndole que estaba ante el rey. Diógenes no dijo nada, y los cortesanos seguían riendo. Alejandro cortó sus risas diciendo: “De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes.” En otra ocasión, Alejandro encontró al filósofo mirando atentamente una pila de huesos humanos. Diógenes dijo: “Estoy buscando los huesos de tu padre, pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo”.
Al anunciar Filipo que iba a atacar Corintio, y al estar todos dedicados a los trabajos y corriendo de un lado a otro, él empujaba haciendo rodar la tinaja en que vivía. Como uno le preguntara: -¿Por qué lo haces, Diógenes?-, dijo: -Porque estando todos tan apurados, sería absurdo que yo no hiciera nada. Así que echo a rodar mi tinaja, no teniendo otra cosa en qué ocuparme.
Solía entrar en el teatro topándose con los que salían. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, contestó: "Es lo mismo que trato de hacer a lo largo de toda mi vida"
A su muerte, dice una leyenda que sus últimas palabras fueron: “Cuando me muera echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado.” Bastante tiempo después Epicteto le recordaba como modelo de sabiduría. Los corintios erigieron en su memoria una columna en mármol de Paros con la figura de un perro descansado.
Quienes comenzaron a apodar a Diógenes como "el perro" tenían la clara intención de insultarle con un epíteto tradicionalmente despectivo. Pero el paradójico Diógenes halló muy apropiado el calificativo y se enorgulleció de él. Había hecho de la desvergüenza uno de sus distintivos y el emblema del perro le debió de parecer adecuado para defender su conducta. Los motivos por los que se relaciona lo cínico con lo canino son: la indiferencia en la manera de vivir, la impudicia a la hora de hablar o actuar en público, las cualidades de buen guardián para preservar los principios de su filosofía y, finalmente, la facultad de saber distinguir perfectamente los amigos de los enemigos. Diógenes decía irónicamente de sí mismo que, en todo caso, era "un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar". En mitad de un banquete, algunos invitados comenzaron a arrojarle huesos como si se tratara de un perro. Diógenes se les plantó enfrente y comenzó a orinarles encima, tal como hubiera hecho un perro. También le gritaron “perro” mientras comía en el ágora y él profirió: “¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!” Con idéntica dignidad respondió al mismísimo Platón, que le había lanzado el mismo improperio: “Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron”. Diógenes sostenía innecesarios los placeres terrenales al punto de abstenerse cabalmente de ellos rechazando a la sociedad establecida hasta ese momento pero sin intentar reformarla o cambiarla.
Leyendo las anécdotas de Diógenes, no he podido dejar de contener unas cuantas sonrisas. Diógenes, fue un hombre sabio que me recuerda al mítico Don Juan de las novelas de Carlos Castañeda. Y me pregunto: ¿Por qué atrae tanto la personalidad de un hombre así? ¿Es por su desprecio a la hipocresía? ¿Acaso es por su sentido del humor cínico? ¿O es por su falta de ego? ¿Pero de verdad no tenía ego? ¿Qué clase de deseo podría apegar a la vida a un hombre así?...
La figura de Diógenes me recuerda a la imagen de “L´Ermite”, el arcano número 9 del Tarot de Marsella; Un anciano sabio alza una lámpara en su mano derecha. Esta carta representa el final de un ciclo. Es al final de la vida cuando se puede descubrir su sentido, y si uno consigue despojarse de las capas del ego, como se quitan las capas de una cebolla, a base de llantinas, surge el hombre desnudo, que busca su propia luz en solitario. Ya no se necesita el apoyo de la sociedad, ni el aliento de la familia, el hombre se sostiene con la única ayuda de su humilde cayado, y confía en su propia sabiduría para guiarse en el camino. Es muy difícil llegar a encontrar nuestra propia luz a través de la opacidad del ego, muchos mueren de viejos y aun así no lo consiguen.
Diógenes vivió su vida en la absoluta indiferencia que tenía hacia lo que los demás opinaran de él, y en ese sentido, no puedo dejar de sentir admiración por él. Y aunque tampoco pienso que todos debamos tomar la extrema actitud de Diógenes (como dicen los budistas, la virtud esta en el punto medio), si considero muy importante la filosofía de buscar en nuestro interior y no en el exterior (como casi todos hacemos), lo que realmente nos hace brillar. Todos tenemos algo que nos hace únicos, diferentes, y muy a menudo, el miedo a lo que los demás opinen de nosotros, nos hace seguir patrones de comportamiento que hemos aceptado, pero que ni nos hemos planteado ni cuestionado. Es importante buscar lo que nos hace únicos, y después ofrecerlo al mundo, sin pensar tanto en si es lo correcto o no, o por lo que opinen los demás.
Fuente wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Di%C3%B3genes_de_Sinope
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