Siguiendo con el tema de la crisis de los 40, voy a compartir un fragmento de un capítulo del libro “Deja de ser tu” de Joe Dispenza.
Esta frase anónima que leí un día por Internet, define muy bien la idea del cambio: "Si un huevo se rompe desde afuera, la vida termina. Si se rompe desde adentro, la vida comienza."
La conclusión es que si queremos cambiar nuestras circunstancias externas, debemos enfocarnos en nuestro interior, los grandes cambios siempre comienzan desde el interior. La felicidad y la plenitud debemos de buscarla en nosotros, esto es lo que precisa la auténtica libertad.
Esta frase anónima que leí un día por Internet, define muy bien la idea del cambio: "Si un huevo se rompe desde afuera, la vida termina. Si se rompe desde adentro, la vida comienza."
La conclusión es que si queremos cambiar nuestras circunstancias externas, debemos enfocarnos en nuestro interior, los grandes cambios siempre comienzan desde el interior. La felicidad y la plenitud debemos de buscarla en nosotros, esto es lo que precisa la auténtica libertad.
El vacío
(…) Aquel día mientras estaba sentado en el sofá de mi hogar, al mirar por la ventana me vino una imagen a la cabeza. Vi mis dos manos, una por encima de la otra, separadas por un vacío.
La mano de encima representa la imagen que yo proyectaba al exterior y la de debajo cómo yo sabía que era por dentro. Al reflexionar en mí descubrí que los seres humanos vivimos en una dualidad, como dos entidades distintas: «quien aparentamos ser» y «quien somos en realidad».
Quien aparentamos ser es la fachada que proyectamos al mundo. Este yo es todo cuanto hacemos para dar una imagen en particular y para presentar a los demás una realidad exterior coherente. Este primer aspecto del yo es una capa de cómo queremos que los demás nos vean.
Quien somos en realidad, representado por la mano de debajo, es cómo nos sentimos por dentro, sobre todo cuando no estamos distraídos con el mundo exterior. Es lo que sentimos usualmente cuando no estamos preocupados por la «vida». Es lo que ocultamos sobre nosotros.
Cuando memorizamos estados emocionales adictivos, como la culpabilidad, la vergüenza, la ira, el miedo, la ansiedad, los juicios, la depresión, el engreimiento o el odio, creamos un vacío entre quien aparentamos ser y quien somos en realidad. Lo primero es cómo queremos que los demás nos vean. Lo segundo es nuestro estado del ser cuando no estamos interactuando con las distintas experiencias, cosas y variedad de personas en diferentes momentos y lugares de nuestra vida. Si estamos sentados el tiempo suficiente sin hacer nada, empezamos a sentir algo. Y ese algo es quien somos en realidad.
Vamos acumulando una capa tras otra de distintas emociones que forman nuestra identidad. Para recordar quién creemos ser, tenemos que volver a crear las mismas experiencias para reafirmar nuestra personalidad y las emociones correspondientes. Como identidad, nos aferramos al mundo exterior al identificarnos con todo el mundo y con todo para recordarnos a nosotros mismos la imagen que queremos proyectar al mundo.
La imagen que damos se convierte en la fachada de la personalidad, que a su vez depende del mundo exterior para recordar quién es ella como «alguien». Su identidad depende totalmente del entorno. La personalidad hace todo lo posible por ocultar lo que siente en realidad o para que esta sensación de vacío desaparezca: Poseo estos coches, conozco a estas personas, he viajado a estos lugares, puedo hacer estas actividades, he tenido estas experiencias, trabajo para esta compañía, estoy triunfando en la vida... Es quien creemos ser con relación a todo lo que nos rodea.
Pero esto es distinto de quien somos —de lo que sentimos— sin los estímulos de la realidad exterior: de la vergüenza o la ira que nos provoca nuestro fracaso matrimonial. Del miedo a la muerte y la incertidumbre que despierta en nosotros la vida en el más allá al perder a un ser querido o incluso a una mascota. De la ineptitud que experimentamos cuando nuestros padres esperan que seamos perfectos y triunfemos en la vida a toda costa. De la injusticia de haber crecido en unas circunstancias rayanas a la pobreza. De la preocupación que nos produce nuestro cuerpo al no encajar en los cánones de belleza de la sociedad. Esta clase de sentimientos son los que queremos ocultar.
Esta persona es quien somos de verdad, el yo real que se escuda tras la imagen que damos. Como no podemos soportar mostrar este yo al mundo, fingimos ser otra persona. Creamos una serie de programas automáticos memorizados para ocultar nuestros aspectos vulnerables. Mentimos sobre quien somos porque sabemos que los convencionalismos sociales no admiten esta clase de personas. Es ese «nadie». La persona que dudamos que los demás quieran y acepten. (…)
La madurez: estrategias para que los sentimientos enterrados no salgan a la luz
Entre los 30 y los 40, ya tenemos la personalidad formada y hemos vivido prácticamente todo cuanto la vida puede ofrecernos. Por eso podemos prever los resultados de la mayoría de vivencias; ya sabemos cómo nos harán sentir antes de que sucedan. Como hemos mantenido varias relaciones sentimentales buenas o malas, hemos competido en el mundo de los negocios o forjado una carrera, hemos vivido pérdidas y triunfos, o sabemos lo que nos gusta y lo que detestamos, conocemos los matices de la vida. Al poder prever las emociones que seguramente sentiremos, decidimos si queremos vivir esta experiencia conocida. Aunque todo esto tiene lugar en las profundidades del inconsciente.
Pero aquí está el problema. Como podemos prever los sentimientos que nos producirán la mayoría de situaciones, ya sabemos que nos ayudarán a evadirnos de lo que sentimos por dentro. Pero al llegar a la madurez ya no hay nada que nos haga olvidar del todo aquella sensación de vacío.
Nos despertamos cada mañana y sentimos que todo sigue igual que siempre. El entorno, del que tanto dependemos para evadirnos de la pena, la culpabilidad o el sufrimiento que nos carcome por dentro, ya no nos sirve. ¿Cómo podemos hacer desaparecer estos sentimientos? Sabemos que cuando las emociones producidas por el mundo exterior se acaban volvemos a ser el mismo de siempre.
Es la crisis de los cuarenta que la mayoría conocemos. Algunos intentan por todos los medios impedir que sus sentimientos enterrados salgan a la luz volcándose todavía más en el mundo exterior. Se compran el coche deportivo que acaba de salir al mercado (objeto) o alquilan un barco (otro objeto). Hay quien se toma unas largas vacaciones (lugar). Y otros se inscriben en un centro social para hacer nuevos contactos o amigos (gente). Algunas personas recurren a la cirugía plástica (cuerpo). Muchas otras redecoran o reforman su hogar (adquieren objetos y experimentan un entorno nuevo).
Todos estos intentos de hacer o probar algo nuevo para sentirnos mejor o distintos son inútiles, porque cuando la novedad pierde su encanto, seguimos atrapados en la misma identidad. Volvemos a quien somos realmente (es decir, la mano de abajo). Regresamos a la misma realidad en la que hemos estado viviendo durante años para seguir recordando quién creemos ser como identidad. Pero cuantas más cosas hacemos —cuanto más compramos y consumimos—, más patente se vuelve la sensación de quien somos «realmente». (…)
Una madurez distinta: la etapa de afrontar los sentimientos y acabar con las vanas ilusiones
En esta etapa de la vida otras personas que no intentan huir de sus sentimientos se hacen algunas preguntas importantes: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi propósito en la vida? ¿Adónde me estoy dirigiendo? ¿Para quién estoy haciendo todo esto? ¿Qué es Dios? ¿Adónde iré cuando me muera? ¿«Triunfar» en la vida es todo lo que hay? ¿Qué es la felicidad? ¿Qué significa todo esto? ¿Qué es el amor? ¿Me quiero? ¿Quiero a alguien más? Y el alma empieza a despertar...
Esta clase de preguntas nos vienen a la cabeza porque empezamos a ver la realidad y sospechamos que nada del exterior nos hará felices. Algunos descubrimos que nada de nuestro entorno nos hará sentir «mejor». También vemos la gran cantidad de energía que gastamos en mantener la imagen que damos al mundo y lo agotador que es que la mente y el cuerpo estén preocupándose constantemente. Al final comprendemos que nuestros vanos intentos de dar una imagen ideal a los demás no es más que una estrategia para asegurarnos de que los sentimientos de los que hemos estado huyendo no nos alcancen. ¿Hasta cuándo podremos seguir haciendo malabarismos con un montón de pelotas en el aire para que nuestra vida no se derrumbe?
En lugar de comprar un televisor más grande o el último teléfono inteligente que acaba de salir al mercado, estas personas dejan de huir del sentimiento del que querían librarse, lo afrontan y lo observan con calma. Es cuando empiezan a despertar. Después de reflexionar, la persona descubre quién es en realidad, lo que ha estado ocultando y lo que ya no le sirve. Es cuando se desprende de la fachada, de los juegos y de las vanas ilusiones. Es sincera sobre quién es ella realmente, le cueste lo que le cueste, y no le da miedo perderlo todo. Deja de invertir su energía en seguir manteniendo la imagen ilusoria que daba de sí misma.
Entra en contacto con sus sentimientos y después le dice a su pareja: ¿Sabes qué? Ya no me importa si no te hago feliz. Estoy harta de obsesionarme con mi aspecto o con lo que los demás piensan de mí. Ya no pienso seguir viviendo para los demás. Quiero liberarme de estas cadenas.
Es un momento muy profundo en la vida de una persona. Su alma está despertando y le empuja ¡a decir la verdad sobre quién es ella en realidad! La mentira ha terminado. (…)
Lo que al final cuenta de verdad
Si dependes del entorno para recordar quién eres como alguien, ¿qué pasará cuando mueras y el mundo desaparezca de tu vista y se desvanezca? ¿Sabes lo que se irá con él? El alguien, la identidad, la imagen, la personalidad (la mano de arriba) que se ha identificado con todos los elementos conocidos y previsibles de la vida, que era adicto al entorno. Puedes haber sido la persona más exitosa, popular o guapa, haber tenido todo el dinero que podías pedir, pero cuando tu vida llega a su fin y la realidad exterior se desvanece, todo lo de fuera ya no puede seguir definiéndote. Desaparece.
Entonces te quedas solo con quien eres realmente (la mano de abajo) y no con quien aparentas ser. Cuando tu vida se acaba y ya no puedes depender del mundo exterior para que te defina, te quedas con aquel sentimiento que nunca intentaste resolver. En esta vida no habrás evolucionado como alma.
Por ejemplo, si tuviste hace cincuenta años unas experiencias que te marcaron con un sentimiento de inseguridad o debilidad y desde entonces te has sentido así, significa que dejaste de crecer emocionalmente hace cincuenta años. El propósito del alma es aprender de la experiencia y adquirir sabiduría, pero si te has quedado atrapado en una emoción, nunca aprendiste de la experiencia, no superaste esta emoción ni la transformaste en conocimiento. Mientras este sentimiento siga anclando tu mente y tu cuerpo a aquellos episodios del pasado, no serás libre para pasar al futuro. Y si en tu vida actual surge una experiencia parecida, esta situación desencadenará la misma emoción y actuarás como la persona que eras hace cincuenta años.
De modo que tu alma te dice: ¡Escúchame atentamente! Nada del exterior te hará feliz. Te estoy intentando avisar. Pero si sigues participando en este juego, voy a dejar de hacerlo y volverás a dormirte. En este caso te veré cuando tu vida se acabe...
Siempre necesitas más y más
La mayoría de las personas que no saben cómo cambiar piensan: ¿Cómo puedo hacer que este sentimiento desaparezca? Y cuando la novedad de acumular cosas nuevas pierde su encanto y ya no les funciona, ¿qué es lo que hacen? Buscan cosas de una mayor magnitud, pasan al siguiente nivel y sus estrategias de evasión se convierten en adicciones: Si me drogo o bebo lo suficiente, esta sensación desaparecerá. Este objeto exterior me producirá un cambio químico interior y me hará sentir de maravilla. Me compraré un montón de cosas, porque cuando lo hago —aunque no tenga demasiado dinero— me olvido de lo vacío que me siento. Miraré pornografía... Me divertiré con videojuegos... Me iré al casino... Comeré hasta reventar. Sea cual sea la adicción, seguimos creyendo que algo exterior eliminará ese molesto sentimiento interior. Y además recuerda que por naturaleza tendemos a asociar algo externo que hace desaparecer nuestro malestar interior por un tiempo a un cambio químico en nuestro interior. Y como nos hace sentir bien, nos gusta. Por eso rechazamos lo que es desagradable o doloroso y buscamos lo que nos resulta agradable, cómodo o placentero.
A medida que la excitación de las drogas estimula el centro del placer del cerebro, el cuerpo se inunda de sustancias químicas como resultado de la experiencia estimulante. El problema está en que cada vez que uno juega, se va de juerga o se queda hasta las tantas jugando con los videojuegos necesita una dosis mayor que la anterior.
La razón por la que la gente necesita tomar más drogas, comprar más cosas o tener más aventuras amorosas es porque el subidón químico creado por estas actividades activa los receptores de la superficie de las células, lo cual «estimula» las células. Pero si los receptores se están estimulando sin cesar, acaban desensibilizándose y se desactivan. Entonces necesitan recibir una señal más fuerte, un poco más de estímulos, para activarse, y para producir los mismos efectos, es necesario un mayor subidón químico. (…)
Pongamos que nuestra ambición en la vida es triunfar y acumular más cosas. Cuando lo hacemos, fortalecemos quien somos sin observar cómo nos sentimos realmente por dentro. Yo lo llamo estar poseídos por nuestras pertenencias. Estamos poseídos por los objetos materiales y estas cosas refuerzan el ego, que necesita el entorno para que le recuerde quién es. (…)
La cuestión es que la verdadera felicidad no tiene nada que ver con el placer porque depender de cosas tan estimulantes para sentirnos bien sólo nos aleja de la auténtica dicha.(…)
No intentes analizar los episodios del pasado validando las emociones memorizadas que ya forman parte de tu personalidad. Aunque los analices, no resolverás tus problemas mientras sigas atrapado en esas emociones. Observar la experiencia o revivir el episodio que creó el problema tan sólo te hará volver a sentir las mismas antiguas emociones y te dará una razón para sentirte igual que siempre. Cuando intentas resolver tus problemas con el mismo estado mental que los creó, te limitas a analizarlos disculpándote por no cambiar nunca.
Es mejor que trates de desmemorizar las emociones que te limitan. Un recuerdo sin la carga emocional se llama sabiduría. Es entonces cuando puedes observar objetivamente un episodio del pasado, contemplarlo y ver quién estabas siendo, sin el filtro de esa emoción. Si intentas desmemorizar el estado emocional que te provocó (o eliminarlo lo mejor posible), podrás vivir, pensar y actuar sin las limitaciones o las trabas de ese sentimiento.
Si una persona superara su infelicidad y siguiese adelante con su vida, manteniendo una nueva relación sentimental, consiguiendo un nuevo trabajo, mudándose a otro lugar y haciendo nuevas amistades, al recordar aquel episodio del pasado vería que fue el obstáculo que necesitaba para superar quien era y convertirse en otra persona. Su perspectiva cambiaría sólo al ver que fue capaz de superar el problema.
Reducir e incluso eliminar el vacío entre quien somos y quien aparentamos ser es seguramente el mayor reto de nuestra vida. Tanto si lo llamamos vivir con autenticidad, superar nuestras propias limitaciones o «lograr» que los demás nos acepten tal como somos, es algo que la mayoría deseamos. El cambio —cerrar el espacio del vacío— debe empezar dentro de nosotros. (…)
Las artimañas de la publicidad
Las agencias publicitarias y sus clientes conocen a la perfección la idea de carencia y el papel que desempeña al condicionar nuestra conducta. Quieren hacernos creer que tienen la solución para nuestro problema, que si nos identificamos con sus productos desaparecerá el vacío que sentimos por dentro.
Los anunciantes incluso ponen caras famosas en sus anuncios sembrando la semilla en el subconsciente de los consumidores para que identifiquen su «nuevo yo» con esas personas. ¿No te gusta ser como eres? ¡Compra algo! ¿No encajas en la sociedad? ¡Compra algo! ¿Sientes una emoción negativa causada por una pérdida, separación o deseo? Este microondas/televisión panorámica/vehículo/móvil, etc., lo que sea... es la solución. Te sentirás mejor, la sociedad te aceptará y ¡también tendrás un 40 por ciento menos de sensación de vacío! A todos nos controlan emocionalmente con esta idea de carencia.
“Deja de ser tú” de Joe Dispenza
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